Cada profesor puede
adoptar distintos estilos en su relación con el alumnado, evaluar
diferenciadamente sus comportamientos y responder a la conducta de los
escolares con estrategias diversas. Sin embargo, la actitud del profesorado y
la manera de organizar la clase contribuyen a la formación de distintos climas
más o menos apropiados para un aprendizaje significativo.
La autoridad siempre
ha sido un valor muy apreciado en educación. Autoridad entendida como poder que
tiene una persona sobre otras subordinadas por el cargo que ostenta, o por su
saber ante los demás que le acredita como tal. Esta autoridad, que da derecho a
dirigir un grupo con eficacia para conseguir unos fines, ha sido empleada en
nuestras escuelas habitualmente de una manera equilibrada; pero también puede
darse algún caso de utilización extrema, tanto por exceso como por defecto.
Si situáramos sobre
un eje los estilos docentes en función de cómo se usa la autoridad,
señalaríamos en un extremo la autoridad por exceso, en su doble versión de autoritario
intransigente y tolerante. En el otro extremo de este mismo eje marcaríamos la
autoridad por defecto que correspondiera a los estilos docentes pusilánime y
desorganizado, caracterizados por la ausencia o falta de autoridad. Y ocupando
una amplia parte central del eje, estaría la utilización equilibrada de la
autoridad con el estilo democrático, generalizado en nuestros centros
educativos, que se ejerce en modalidades de mayor o menor grado de directividad
en función de las características del grupo y del propio profesorado.
El estilo autoritario
intransigente obedece al interés del profesor que antepone su propio provecho
al interés del alumno. Se basa en el cumplimiento de normas estrictas impuestas
por el docente al margen de la ley. Las normas son las del profesor y los
correctivos que impone los considera justos. El objetivo es el máximo control
de grupo de clase para que trabaje y no incordie. Como el alumnado siempre
tiene que estar ocupado para que no moleste hay que exigirle el mayor
rendimiento. La letra con sangre entra (con sangre del alumno) sería el
trasnochado principio que acompañaría a la acción del profesorado.
La disciplina es, en
este estilo autoritario, un fin a conseguir y una responsabilidad del
profesorado, tanto en la prevención como la en la corrección. El docente impone
su disciplina a principio de curso, explicando sus normas a la clase con las
consecuencias que lleva aparejado su incumplimiento. Normas que regirán las
actividades de clase y las correcciones pertinentes aplicadas unilateralmente
por el docente sin tener en cuenta el contexto ni atenuantes de ningún tipo. De
esta manera se establece una barrera entre el alumnado y el profesor que nada
favorece la integración del grupo. Muy al contrario, ofrece pocas ocasiones
para la cohesión, crea descontento en la clase y entre el alumnado no se
fomenta la ayuda mutua. Este estilo docente histórico ha desaparecido de
nuestros centros porque el ecosistema escolar actual no permite la
supervivencia de estilos no productivos e insolidarios.
En el estilo
autoritario tolerante predomina el interés por el aprendizaje de los alumnos.
Algo así como todo para el alumno pero sin el alumno. Se considera que el
docente debe obrar con criterio propio independientemente de la ley o
corrigiéndola cuando sea eficaz. El objetivo es controlar a cada uno de los
alumnos del grupo de clase para que obtengan el máximo rendimiento, pero
corresponde al profesor la interpretación del cómo, porque él es el único
capacitado para proceder de manera que se consigan objetivos. Al alumnado hay
que exigirle para que de lo máximo con orden y sin interferencias.
En esta variante
autoritaria, la disciplina en un fin pero se le considera un paso previo y
necesario para el aprendizaje. El profesor ofrece, a través de las actividades,
ocasiones para la cohesión del grupo. Los alumnos en general, no están
descontentos con el proceder del profesor por el interés que muestra por la
enseñanza, aunque su atención se dirige preferentemente a los alumnos que mejor
responden a sus planteamientos.
Con el estilo
democrático se profundiza en los valores de la disciplina que deja de ser un
fin para convertirse en un medio que mejora el aprendizaje y la enseñanza. El
objetivo es controlar al grupo de clase para que obtenga un rendimiento
satisfactorio con la participación del alumnado, a través de la cooperación y
normas pactadas, reconociendo sus derechos, pero también los deberes. Aparece
la disciplina como una responsabilidad cooperativa de los agentes responsables.
El estilo democrático
tiene en cuenta el entorno de las conductas problemáticas. Para conocer mejor a
sus alumnos, y antes de que puedan aparecer problemas, el profesorado mantiene
entrevistas con los padres o tutores desde el principio de curso. Los efectos
de la indisciplina disminuyen informando a los padres, mediando en los
problemas del alumnado de cada tutoría, coordinando esfuerzos desde la acción
tutorial, a través del respeto, en posición de ayuda (dando confianza),
buscando el desarrollo equilibrado de la personalidad, analizando los casos
desde las causas que los genera, estudiando las consecuencias de las acciones y
solucionando la conducta indisciplinada con la cooperación de otros agentes si
fuera necesario.
El docente de estilo
democrático escucha con atención las necesidades de alumnos y padres, recoge
sus opiniones, propuestas, motivaciones e intereses, llega a acuerdos sobre la
ordenación de la clase y normas de funcionamiento, busca soluciones con el grupo
de clase, negocia posibilidades de organización, se compromete y procura la
integración de todo el alumnado en el grupo, especialmente los alumnos
rechazados. Este estilo tiene consecuencias saludables en el clima de clase, en
el aprendizaje y en la convivencia de toda la comunidad.
Las notas
fundamentales de este estilo serían:
a.
Confianza
del profesorado en sus propios recursos. El profesor debe confiar plenamente en
sus posibilidades para controlar al grupo y organizar la convivencia en clase.
Autocontrol, formación, confianza y paciencia serían la clave de este apartado.
b.
Organización
de los contenidos curriculares. La planificación de la enseñanza y orden en el
aprendizaje son otros tantos elementos previos para desarrollar las clases con
normalidad.
c.
Organización
del aula y centro. Orden en la clase, criterios para distribuir al alumnado en
el aula y organización de la participación en el centro serían los aspectos
mínimos para la gestión.
d.
Máxima
integración del alumnado en el grupo. Se ofrecen ocasiones para la cohesión del
grupo, se fomenta la ayuda mutua, se mejora la autoestima y se atiende las
posibilidades de la inteligencia emocional.
e.
Normas
de clase. La participación del alumnado en la elaboración de normas produce
satisfacción. El procedimiento para confeccionar las normas de clase debe ser
democrático. Se elaboran con la participación del grupo y se escriben para
conocimiento general. Después vendrá la puesta en práctica, la observancia de
las normas, el control y la valoración colectiva en asamblea de clase o
procedimiento democrático similar (una sesión semanal de 30-45 minutos para
hablar de disciplina y asumir acuerdos)
f.
Contextualización
de los problemas de disciplina. Se tiene en cuenta el contexto donde tiene
lugar la acción y se formulan preguntas relacionadas con el qué ocurrió, cómo,
por qué, con qué finalidad. Del mismo modo se solicita ayuda a los padres o
tutores, al grupo o al equipo docente.
g.
Casos
graves de disciplina. Puede ocurrir que la aplicación de los puntos que
preceden no sean suficientes para solucionar algún caso grave de indisciplina
que puede presentarse en el aula. De ser así, se deberá hacer uso del Decreto
de derechos y deberes de los alumnos, normas de convivencia del centro y
solicitar ayuda a la dirección del centro educativo que intervenga en la
solución del problema. En caso de imponer sanciones de procederá con un sentido
rehabilitador y reeducador.
h.
Graduación
de la directividad del grupo de clase. El estilo democrático admite distintos
grados de directividad. Pero el grado de directividad que introduce el docente
en la organización de la disciplina en el centro o en el aula dependerá de la
situación de cada profesor y de las peculiaridades del grupo:
·
Edad
del alumnado
·
Tipo
de relaciones interpersonales entre los discentes
·
Amistad
entre los componentes del grupo
·
Grado
de participación en clase
·
Clima
general de trabajo que existe en el aula
·
Motivación
para el aprendizaje
·
Necesidad
de orientación
·
Sucesos
de indisciplina y conflictividad.
Estas características
y otras circunstancias que se aprecien decidirán la alta, baja o nula
directividad. Si el profesor desconoce las posibilidades de los alumnos, por
tratarse de un grupo nuevo, parece aconsejable empezar con una directividad
alta que puede ir bajando si el grupo trabaja bien, está motivado y las
relaciones interpersonales son buenas. Por el contrario, una clase
indisciplinada puede necesitar un equilibrio entre la directividad alta y la
directividad baja con ayuda de la propia clase. El tipo de relaciones que
exista entre los componentes del grupo y sus particularidades decidirá el tipo
de directividad y el punto de control del profesor sobre el alumnado.
Existe también un
estilo democrático legalista caracterizado por mantener una alta directividad
del grupo inspirada en el cumplimiento estricto de la legalidad vigente. La
clase es dirigida con firmeza de acuerdo con el Decreto de derechos y deberes
de los alumnos, el Reglamento de régimen interno del centro y cualquier otra
normativa democrática que tenga el propósito de regular la convivencia en el
aula. La permanencia de este estilo de manera inflexible y continuada puede
producir una atmósfera tensa entre el alumnado, no exenta de posibles brotes de
conflictividad.
Es estilo pusilánime
es propio de un profesorado con baja autoestima, falto de recursos personales y
con poca confianza en su capacidad para gobernar y controlar una clase
indisciplinada. El docente puede iniciarse con el estilo democrático y permanecer
en él hasta que la conflictividad del aula le supera, pierde el control de la
clase y pasa, según los casos, a un estilo tolerante o desorganizado, con
perjuicio para el aprendizaje del alumnado y la convivencia en clase.
No responde el estilo
pusilánime, por lo tanto, a un estilo totalmente definido porque queriendo ser
democrático y empezar su actuación en el centro del eje de los estilos
docentes, puede saltar a cualquiera de sus extremos empujando por las
condiciones hostiles que presentan los grupos, pero también por la falta de
valor y valores del docente. Puede ocurrir que el profesor no se haga respetar
al empezar el curso y luego no pueda hacerse con la clase. Es estos momentos
quizá quiera mostrarse autoritario pero ya no pueda. Los objetivos del docente
con estilo pusilánime son lo mismo que en el modelo democrático, pero la falta
de control y firmeza en algunas ocasiones impide que se consigan los fines
democráticos.
La organización de la
clase en el estilo pusilánime produce insatisfacción generalizada. El
profesorado desea la integración del alumnado en el grupo pero las dificultades
de mantener la disciplina es un obstáculo que lo impide. Su labor queda
fragmentada porque no consigue la participación completa del alumnado en la
elaboración de las normas, ni que trabajen corporativamente. El profesorado
comprueba que no puede conseguir sus objetivos y con frecuencia se ve precisado
a estar posibilidades formativas a los alumnos. No sé atreve a sancionar y la
falta de autoridad y liderazgo socava el respeto. En esta situación, el docente
debe revisar la planificación de sus clases, dar a conocer sus dificultades,
formarse en habilidades sociales y resolución de conflictos, y solicitar ayudas
a sus compañeros, psicopedagogo del centro y otros especialistas.
El estilo
desorganizado se caracteriza por la ausencia de normas de convivencia claras y
constantes para el mantenimiento de la disciplina. El docente se preocupa de
enseñar los contenidos de la mejor manera para que el alumnado los aprenda
bien, aplicando o no reglas según su estado de ánimo o circunstancias. Se
preocupa más de los alumnos con mejor rendimiento y presta poca atención a los
que no progresan adecuadamente. Conduce la clase con escaso orden y pocas veces
interviene en las diferencias personales de los alumnos, en quienes deja la
solución de sus problemas. Entre sus objetivos no encontramos el control de
grupo de clase porque tampoco interesa el máximo rendimiento y aprendizaje para
todo el alumnado. El grupo dispone de pocas ocasiones para la cohesión y la
ayuda mutua. Solo los que destacan consiguen su mejor desarrollo y el resto son
abandonados a su suerte. Los casos de indisciplina menos graves son
solucionados con autoritarismo y los más graves aplicando el Decreto de derechos
y deberes, buscando su salida de clase o ignorando a los causantes y procurando
su aburrimiento.
Los estilos citados
pueden combinarse dando lugar a otros estilos mixtos según contextos:
autoritario-desorganizado, autoritario tolerante cercano al demócrata o
pusilánime-democrático, más o menos permisivos, más o menos autoritarios.
Debemos estar vigilantes para no caer en algunos comportamientos extremos de autoritarismo,
pusilanimidad o desorganización nada aconsejables, y esforzarnos en adquirir un
estilo democrático que facilite la consecución de los fines de la educación,
del derecho del aprendizaje, el deber al estudio y el desarrollo profesional
del docente. Lo más educativo será siempre la actitud sincera y democrática que
mantenemos y el grado de apertura que mostramos en nuestras relaciones con los
distintos sectores de la comunidad educativa.
A DESTACAR EN ESTE
PUNTO:
Los problemas de indisciplina están muy ligados, al
comportamiento del alumnado, a su adaptación a la disciplina de la clase y
centro, a su formación, y a la educación recibida en el hogar familiar. Pero en
este análisis no podemos olvidar la actitud y los procedimientos del
profesorado porque son igualmente esenciales en la consecución de los fines de
la educación.
Con el estilo democrático se profundiza en los valores
de la disciplina que deja de ser un fin para convertirse en un medio que mejora
el aprendizaje y la enseñanza. El objetivo es controlar al grupo de clase para
que obtenga un rendimiento satisfactorio con la participación del alumnado, a
través de la cooperación y normas pactadas, reconociendo sus derechos, pero
también los deberes. Aparece la disciplina como una responsabilidad cooperativa
de los agentes responsables.
Si el profesor desconoce las posibilidades de los
alumnos, por tratarse de un grupo nuevo, parece aconsejable empezar con una
directividad alta que puede ir bajando si el grupo trabaja bien, está motivado
y las relaciones interpersonales son buenas. Por el contrario, una clase
indisciplinada puede necesitar un equilibrio entre la directividad alta y la
directividad baja con ayuda de la propia clase. El tipo de relaciones que
exista entre los componentes del grupo y sus particularidades decidirá el tipo
de directividad y el punto de control del profesor sobre el alumnado.