3.Estilos docentes y disciplina escolar

Los problemas de indisciplina están muy ligados, como hemos visto, al comportamiento del alumnado, a su adaptación a la disciplina de la clase y centro, a su formación, y a la educación recibida en el hogar familiar. Pero en este análisis no podemos olvidar la actitud y los procedimientos del profesorado porque son igualmente esenciales en la consecución de los fines de la educación. Entre estos fines destacamos el pleno desarrollo de la personalidad del alumno, el principio de la actividad docente empleando la metodología activa que asegure la participación del alumnado en los procesos de enseñanza-aprendizaje y en el respeto a los derechos y deberes básicos.

Cada profesor puede adoptar distintos estilos en su relación con el alumnado, evaluar diferenciadamente sus comportamientos y responder a la conducta de los escolares con estrategias diversas. Sin embargo, la actitud del profesorado y la manera de organizar la clase contribuyen a la formación de distintos climas más o menos apropiados para un aprendizaje significativo.

La autoridad siempre ha sido un valor muy apreciado en educación. Autoridad entendida como poder que tiene una persona sobre otras subordinadas por el cargo que ostenta, o por su saber ante los demás que le acredita como tal. Esta autoridad, que da derecho a dirigir un grupo con eficacia para conseguir unos fines, ha sido empleada en nuestras escuelas habitualmente de una manera equilibrada; pero también puede darse algún caso de utilización extrema, tanto por exceso como por defecto.

Si situáramos sobre un eje los estilos docentes en función de cómo se usa la autoridad, señalaríamos en un extremo la autoridad por exceso, en su doble versión de autoritario intransigente y tolerante. En el otro extremo de este mismo eje marcaríamos la autoridad por defecto que correspondiera a los estilos docentes pusilánime y desorganizado, caracterizados por la ausencia o falta de autoridad. Y ocupando una amplia parte central del eje, estaría la utilización equilibrada de la autoridad con el estilo democrático, generalizado en nuestros centros educativos, que se ejerce en modalidades de mayor o menor grado de directividad en función de las características del grupo y del propio profesorado.

El estilo autoritario intransigente obedece al interés del profesor que antepone su propio provecho al interés del alumno. Se basa en el cumplimiento de normas estrictas impuestas por el docente al margen de la ley. Las normas son las del profesor y los correctivos que impone los considera justos. El objetivo es el máximo control de grupo de clase para que trabaje y no incordie. Como el alumnado siempre tiene que estar ocupado para que no moleste hay que exigirle el mayor rendimiento. La letra con sangre entra (con sangre del alumno) sería el trasnochado principio que acompañaría a la acción del profesorado.

La disciplina es, en este estilo autoritario, un fin a conseguir y una responsabilidad del profesorado, tanto en la prevención como la en la corrección. El docente impone su disciplina a principio de curso, explicando sus normas a la clase con las consecuencias que lleva aparejado su incumplimiento. Normas que regirán las actividades de clase y las correcciones pertinentes aplicadas unilateralmente por el docente sin tener en cuenta el contexto ni atenuantes de ningún tipo. De esta manera se establece una barrera entre el alumnado y el profesor que nada favorece la integración del grupo. Muy al contrario, ofrece pocas ocasiones para la cohesión, crea descontento en la clase y entre el alumnado no se fomenta la ayuda mutua. Este estilo docente histórico ha desaparecido de nuestros centros porque el ecosistema escolar actual no permite la supervivencia de estilos no productivos e insolidarios.

En el estilo autoritario tolerante predomina el interés por el aprendizaje de los alumnos. Algo así como todo para el alumno pero sin el alumno. Se considera que el docente debe obrar con criterio propio independientemente de la ley o corrigiéndola cuando sea eficaz. El objetivo es controlar a cada uno de los alumnos del grupo de clase para que obtengan el máximo rendimiento, pero corresponde al profesor la interpretación del cómo, porque él es el único capacitado para proceder de manera que se consigan objetivos. Al alumnado hay que exigirle para que de lo máximo con orden y sin interferencias.

En esta variante autoritaria, la disciplina en un fin pero se le considera un paso previo y necesario para el aprendizaje. El profesor ofrece, a través de las actividades, ocasiones para la cohesión del grupo. Los alumnos en general, no están descontentos con el proceder del profesor por el interés que muestra por la enseñanza, aunque su atención se dirige preferentemente a los alumnos que mejor responden a sus planteamientos.

Con el estilo democrático se profundiza en los valores de la disciplina que deja de ser un fin para convertirse en un medio que mejora el aprendizaje y la enseñanza. El objetivo es controlar al grupo de clase para que obtenga un rendimiento satisfactorio con la participación del alumnado, a través de la cooperación y normas pactadas, reconociendo sus derechos, pero también los deberes. Aparece la disciplina como una responsabilidad cooperativa de los agentes responsables.
El estilo democrático tiene en cuenta el entorno de las conductas problemáticas. Para conocer mejor a sus alumnos, y antes de que puedan aparecer problemas, el profesorado mantiene entrevistas con los padres o tutores desde el principio de curso. Los efectos de la indisciplina disminuyen informando a los padres, mediando en los problemas del alumnado de cada tutoría, coordinando esfuerzos desde la acción tutorial, a través del respeto, en posición de ayuda (dando confianza), buscando el desarrollo equilibrado de la personalidad, analizando los casos desde las causas que los genera, estudiando las consecuencias de las acciones y solucionando la conducta indisciplinada con la cooperación de otros agentes si fuera necesario.
El docente de estilo democrático escucha con atención las necesidades de alumnos y padres, recoge sus opiniones, propuestas, motivaciones e intereses, llega a acuerdos sobre la ordenación de la clase y normas de funcionamiento, busca soluciones con el grupo de clase, negocia posibilidades de organización, se compromete y procura la integración de todo el alumnado en el grupo, especialmente los alumnos rechazados. Este estilo tiene consecuencias saludables en el clima de clase, en el aprendizaje y en la convivencia de toda la comunidad.

Las notas fundamentales de este estilo serían:

a.       Confianza del profesorado en sus propios recursos. El profesor debe confiar plenamente en sus posibilidades para controlar al grupo y organizar la convivencia en clase. Autocontrol, formación, confianza y paciencia serían la clave de este apartado.
b.      Organización de los contenidos curriculares. La planificación de la enseñanza y orden en el aprendizaje son otros tantos elementos previos para desarrollar las clases con normalidad.
c.       Organización del aula y centro. Orden en la clase, criterios para distribuir al alumnado en el aula y organización de la participación en el centro serían los aspectos mínimos para la gestión.
d.      Máxima integración del alumnado en el grupo. Se ofrecen ocasiones para la cohesión del grupo, se fomenta la ayuda mutua, se mejora la autoestima y se atiende las posibilidades de la inteligencia emocional.
e.      Normas de clase. La participación del alumnado en la elaboración de normas produce satisfacción. El procedimiento para confeccionar las normas de clase debe ser democrático. Se elaboran con la participación del grupo y se escriben para conocimiento general. Después vendrá la puesta en práctica, la observancia de las normas, el control y la valoración colectiva en asamblea de clase o procedimiento democrático similar (una sesión semanal de 30-45 minutos para hablar de disciplina y asumir acuerdos)
f.        Contextualización de los problemas de disciplina. Se tiene en cuenta el contexto donde tiene lugar la acción y se formulan preguntas relacionadas con el qué ocurrió, cómo, por qué, con qué finalidad. Del mismo modo se solicita ayuda a los padres o tutores, al grupo o al equipo docente.
g.       Casos graves de disciplina. Puede ocurrir que la aplicación de los puntos que preceden no sean suficientes para solucionar algún caso grave de indisciplina que puede presentarse en el aula. De ser así, se deberá hacer uso del Decreto de derechos y deberes de los alumnos, normas de convivencia del centro y solicitar ayuda a la dirección del centro educativo que intervenga en la solución del problema. En caso de imponer sanciones de procederá con un sentido rehabilitador y reeducador.
h.      Graduación de la directividad del grupo de clase. El estilo democrático admite distintos grados de directividad. Pero el grado de directividad que introduce el docente en la organización de la disciplina en el centro o en el aula dependerá de la situación de cada profesor y de las peculiaridades del grupo:

·         Edad del alumnado
·         Tipo de relaciones interpersonales entre los discentes
·         Amistad entre los componentes del grupo
·         Grado de participación en clase
·         Clima general de trabajo que existe en el aula
·         Motivación para el aprendizaje
·         Necesidad de orientación
·         Sucesos de indisciplina y conflictividad.

Estas características y otras circunstancias que se aprecien decidirán la alta, baja o nula directividad. Si el profesor desconoce las posibilidades de los alumnos, por tratarse de un grupo nuevo, parece aconsejable empezar con una directividad alta que puede ir bajando si el grupo trabaja bien, está motivado y las relaciones interpersonales son buenas. Por el contrario, una clase indisciplinada puede necesitar un equilibrio entre la directividad alta y la directividad baja con ayuda de la propia clase. El tipo de relaciones que exista entre los componentes del grupo y sus particularidades decidirá el tipo de directividad y el punto de control del profesor sobre el alumnado.

Existe también un estilo democrático legalista caracterizado por mantener una alta directividad del grupo inspirada en el cumplimiento estricto de la legalidad vigente. La clase es dirigida con firmeza de acuerdo con el Decreto de derechos y deberes de los alumnos, el Reglamento de régimen interno del centro y cualquier otra normativa democrática que tenga el propósito de regular la convivencia en el aula. La permanencia de este estilo de manera inflexible y continuada puede producir una atmósfera tensa entre el alumnado, no exenta de posibles brotes de conflictividad.

Es estilo pusilánime es propio de un profesorado con baja autoestima, falto de recursos personales y con poca confianza en su capacidad para gobernar y controlar una clase indisciplinada. El docente puede iniciarse con el estilo democrático y permanecer en él hasta que la conflictividad del aula le supera, pierde el control de la clase y pasa, según los casos, a un estilo tolerante o desorganizado, con perjuicio para el aprendizaje del alumnado y la convivencia en clase.
No responde el estilo pusilánime, por lo tanto, a un estilo totalmente definido porque queriendo ser democrático y empezar su actuación en el centro del eje de los estilos docentes, puede saltar a cualquiera de sus extremos empujando por las condiciones hostiles que presentan los grupos, pero también por la falta de valor y valores del docente. Puede ocurrir que el profesor no se haga respetar al empezar el curso y luego no pueda hacerse con la clase. Es estos momentos quizá quiera mostrarse autoritario pero ya no pueda. Los objetivos del docente con estilo pusilánime son lo mismo que en el modelo democrático, pero la falta de control y firmeza en algunas ocasiones impide que se consigan los fines democráticos.

La organización de la clase en el estilo pusilánime produce insatisfacción generalizada. El profesorado desea la integración del alumnado en el grupo pero las dificultades de mantener la disciplina es un obstáculo que lo impide. Su labor queda fragmentada porque no consigue la participación completa del alumnado en la elaboración de las normas, ni que trabajen corporativamente. El profesorado comprueba que no puede conseguir sus objetivos y con frecuencia se ve precisado a estar posibilidades formativas a los alumnos. No sé atreve a sancionar y la falta de autoridad y liderazgo socava el respeto. En esta situación, el docente debe revisar la planificación de sus clases, dar a conocer sus dificultades, formarse en habilidades sociales y resolución de conflictos, y solicitar ayudas a sus compañeros, psicopedagogo del centro y otros especialistas.
El estilo desorganizado se caracteriza por la ausencia de normas de convivencia claras y constantes para el mantenimiento de la disciplina. El docente se preocupa de enseñar los contenidos de la mejor manera para que el alumnado los aprenda bien, aplicando o no reglas según su estado de ánimo o circunstancias. Se preocupa más de los alumnos con mejor rendimiento y presta poca atención a los que no progresan adecuadamente. Conduce la clase con escaso orden y pocas veces interviene en las diferencias personales de los alumnos, en quienes deja la solución de sus problemas. Entre sus objetivos no encontramos el control de grupo de clase porque tampoco interesa el máximo rendimiento y aprendizaje para todo el alumnado. El grupo dispone de pocas ocasiones para la cohesión y la ayuda mutua. Solo los que destacan consiguen su mejor desarrollo y el resto son abandonados a su suerte. Los casos de indisciplina menos graves son solucionados con autoritarismo y los más graves aplicando el Decreto de derechos y deberes, buscando su salida de clase o ignorando a los causantes y procurando su aburrimiento.

Los estilos citados pueden combinarse dando lugar a otros estilos mixtos según contextos: autoritario-desorganizado, autoritario tolerante cercano al demócrata o pusilánime-democrático, más o menos permisivos, más o menos autoritarios. Debemos estar vigilantes para no caer en algunos comportamientos extremos de autoritarismo, pusilanimidad o desorganización nada aconsejables, y esforzarnos en adquirir un estilo democrático que facilite la consecución de los fines de la educación, del derecho del aprendizaje, el deber al estudio y el desarrollo profesional del docente. Lo más educativo será siempre la actitud sincera y democrática que mantenemos y el grado de apertura que mostramos en nuestras relaciones con los distintos sectores de la comunidad educativa.

A DESTACAR EN ESTE PUNTO:

Los problemas de indisciplina están muy ligados, al comportamiento del alumnado, a su adaptación a la disciplina de la clase y centro, a su formación, y a la educación recibida en el hogar familiar. Pero en este análisis no podemos olvidar la actitud y los procedimientos del profesorado porque son igualmente esenciales en la consecución de los fines de la educación.

Con el estilo democrático se profundiza en los valores de la disciplina que deja de ser un fin para convertirse en un medio que mejora el aprendizaje y la enseñanza. El objetivo es controlar al grupo de clase para que obtenga un rendimiento satisfactorio con la participación del alumnado, a través de la cooperación y normas pactadas, reconociendo sus derechos, pero también los deberes. Aparece la disciplina como una responsabilidad cooperativa de los agentes responsables.

Si el profesor desconoce las posibilidades de los alumnos, por tratarse de un grupo nuevo, parece aconsejable empezar con una directividad alta que puede ir bajando si el grupo trabaja bien, está motivado y las relaciones interpersonales son buenas. Por el contrario, una clase indisciplinada puede necesitar un equilibrio entre la directividad alta y la directividad baja con ayuda de la propia clase. El tipo de relaciones que exista entre los componentes del grupo y sus particularidades decidirá el tipo de directividad y el punto de control del profesor sobre el alumnado.